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Terapia cognitiva funcional VS entrenamiento y educación grupal

 

Hace unos años Mary O´Keeffe —una reconocida investigadora irlandesa— realizó, junto a sus compañeros de universidad, una revisión con metanálisis para comprobar si los tratamientos con ejercicios realizados de manera individual proporcionaban mejores resultados que los grupales en personas con dolor. Las conclusiones fueron que no. No existían diferencias clínicas significativas. En algunos casos había diferencias significativas a nivel estadístico, pero era a favor del ejercicio grupal.

Este mismo mes, Mary ha publicado un nuevo estudio. En este caso se trata de los resultados de una investigación con la que pretendía averiguar si una persona con dolor lumbar responde mejor a la terapia cognitiva funcional que a una intervención grupal de ejercicio. La terapia cognitiva funcional ya se ha mostrado como un método de recuperación con el que se pueden obtener muy buenos resultados. El ejercicio grupal también. Además, en este caso optimizaron el tratamiento grupal incluyendo educación en el dolor.

Para llevar a cabo el estudio, contaron con la participación de personas con dolor lumbar de una duración mayor a 6 meses y con una puntuación de 14% o más en el índice de inhabilitación Oswestry. Todas ellas sin dolor en la pierna como problema principal, presencia de banderas rojas (ej. cáncer, traumatismo, infección…) ni otra enfermedad importante (ej. artritis, cardíacas, lupus, neurológicas…).

Estas fueron divididas, de manera aleatoria, en 2 grupos.

1. Terapia cognitiva funcional

En primer lugar, para poder identificar los factores más relevantes que estuvieran influyendo sobre su estado, se les realizó una entrevista y una evaluación «física» individualizada.

Durante la entrevista se les realizaron múltiples preguntas con el objetivo de conocer la historia, localización y comportamiento de su dolor; el nivel de participación en diferentes actividades, en el trabajo y a nivel social; hábitos de vida y patrones de sueño; pensamientos y emociones relacionadas con el dolor; estrategias de manejo del dolor y el estrés; historial de ansiedad y depresión; objetivos y motivaciones.

El examen físico se realizó de cara a conocer las principales limitaciones funcionales de cada persona, así como el control y percepción corporal que tenían. Se evaluó qué movimientos se temían y/o evitaban, y cuáles causaban dolor. A su vez, se trataron de identificar movimientos y contracciones musculares de protección.

A partir de ahí se llevaron a cabo diferentes sesiones 30-60 minutos (el número varió en función de la persona pero fueron una 8 sesiones de media) con 3 componentes principales:

Educación. Se aportó información acerca de la naturaleza multidimensional del dolor y cómo las creencias, emociones y comportamientos pueden reforzar un círculo vicioso de sensibilización al dolor e inhabilitación. Asimismo se discutió acerca de los resultados obtenidos con pruebas de imagen y se les enseñó el papel del sueño, de la actividad física y el ejercicio, y de la relajación. Para facilitar el entendimiento de todo esto, cuando se consideró oportuno, se les instó a consultar información online relacionada (www.pain-ed.com).

Exposición gradual al movimiento. Entrenamiento dirigido a normalizar posturas y movimientos que provocaban dolor, se temían y/o se evitaban. Para ello se realizaban tareas cotidianas (ej. sentarse y levantarse, doblar la espalda, levantar peso, caminar…) y se les enseñaban estrategias para mejorar su percepción y control del cuerpo.

Cambio en el estilo de vida. En base a la información obtenida durante la evaluación, se les dieron consejos sobre higiene de sueño, estrategias de manejo del estrés y de mejora del comportamiento en sociedad.

2. Intervención grupal.

Sesiones con una orientación multidimensional en las que se realizaba una combinación de ejercicio, educación y relajación. En grupos de 10 personas, se les dieron 6 clases, a lo largo de 6-8 semanas, de una duración de 1 hora y 15 minutos.

Los primeros 30 minutos de cada sesión se dedicó a la discusión de diferentes conceptos relacionados con el dolor (ej. naturaleza multidimensional del dolor, papel del sistema nervioso, mitos más comunes…) y los hábitos de vida (ej. ejercicio, movimientos, posturas, relajación, sueño…). Toda esta información se complementó con material online. Básicamente se les pedía que visualizaran los vídeos y leyeran los artículos de la página www.pain-ed.com.

En la segunda parte de la clase, de unos 40 minutos de duración, los participantes realizaron ejercicios de manera gradual y al ritmo que cada uno deseaba. Los ejercicios realizados fueron los siguientes: step-up, squats, sit to stands, carrera, flexiones en pared, puentes, rodillas al pecho (flexión lumbar), movimiento lateral rodillas (rotación lumbar), estiramiento del gato y estiramiento de los flexores de cadera. Todos los ejercicios se realizaron sin equipamiento alguno. Esto les facilitaba darles una copia de los ejercicios para que los hicieran en casa, pidiéndoles que los hicieran una vez al día.

Para finalizar, durante 5 minutos las personas realizaron tareas con un componente de relajación/mindfullness.

Es importante tener presente que a todos estos participantes, que entrenaron y recibieron la educación en grupo, no se les realizó ninguna entrevista ni evaluación individualizada. Tampoco se tuvo en consideración la historia de dolor detallada de cada persona. De esta manera, todos recibieron la misma información y realizaron las mismas tareas.

¿Cuáles fueron los resultados?

Las variables principales que se evaluaron fueron el dolor y la inhabilitación. Para medir el dolor les pidieron que indicaran, en una escala de 0 a 10,  por la intensidad de este en la última semana. Para la inhabilitación utilizaron el cuestionario Oswestry.

Ambas se mejoraron en los 2 grupos. Pero, aunque en la primera de ellas no se observaron diferencias entre grupos en el cambio, el cambio en la segunda difirió entre un grupo y otro. Fue el grupo de terapia cognitiva funcional el que obtuvo una mayor reducción en los niveles de inhabilitación a los 6 y 12 meses.

Las variables secundarias evaluadas fueron: satisfacción con el tratamiento, miedo-evitación, manejo del dolor, autoeficacia, número de localizaciones de dolor, riesgo de cronificación, sueño, estrés, depresión y ansiedad.

De nuevo, hubo variables que se mejoraron por igual en ambos grupos. Aspectos como el sueño, miedo, estrés. ansiedad, depresión, número de puntos de dolor y satisfacción se modificaron de manera similar. Sin embargo, en la comparación del cambio en el resto de variables —autoeficacia, riesgo de cronicidad y manejo del dolor—el grupo vencedor fue aquel que recibió la terapia cognitiva funcional.

Existen muchas formas de abordar un dolor lumbar persistente. Aquí tenemos 2 métodos válidos y seguros para la reducción de dolor e inhabilitación en personas con esta dolencia. Debido a la superioridad de la terapia cognitiva funcional en cuanto a la reducción de inhabilitación, podríamos pensar que sería más interesante darle prioridad a este método. Aunque hay que ser realistas y comprender que no siempre es posible llevar a cabo un tratamiento individualizado, ya sea por motivos económicos o por la preparación del profesional responsable. Además, hay que tener en consideración el momento y las características de cada persona. Por ejemplo, habrá gente a la que le motive más entrenar en grupo y otras a la que esto no le venga nada bien.

Si estáis interesados en saber más sobre este tipo de tratamiento os animamos a leer otras entradas relacionadas: 

Terapia Cognitiva Funcional para el tratamiento del dolor de espalda

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Dolor crónico de espalda. En la búsqueda de mejores tratamientos…

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