Hace unos días se publicó en la revista European Spine Journal un interesante estudio con el que investigadores japoneses trataban de analizar la posible relación entre el miedo que presenta una persona a moverse (kinesiofobia) y las características cinemáticas de los movimientos que realiza.
El criterio para incluir a las personas en la investigación fue el siguiente; debían presentar dolor lumbar (>1 en NRS de 0 a 10) con una duración superior a 6 meses, sin presentar ninguna patología seria (ej. cáncer, fractura…) ni enfermedad neurológica, y no haber sido sometidos a una cirugía en la espalda.
La muestra final quedó en 45 participantes con dolor lumbar persistente de los cuales 9 habían sido diagnosticado con una hernia, 6 con espodilolistesis, 4 con osteoartritis lumbar y 26 con dolor lumbar “no específico”. Además, a modo de grupo control con el que realizar comparaciones, se utilizó una muestra de 20 personas sin historial de dolor lumbar.
Kinesiofobia
Con el fin de evaluar los niveles de kinesiofobia, todos participantes (los que presentaban dolor y los que no) completaron el cuestionario “Tampa Scale for Kinesiophobia” (TSK-11). Al finalizar, los participantes que presentaban dolor lumbar fueron divididos en 2 grupos en función de la puntuación obtenida en el cuestionario.
En función de si estaban por encima o por debajo del valor medio (TSK-11= 25), fueron integrados en el grupo de “mucho miedo” (n=21) o de “poco miedo” (n=24). Estos dos grupos, a pesar de que no presentaban diferencias en la causa, intensidad y la duración del dolor, presentaban diferencias significativas en la puntuación de TSK-11(27.7 ± 2.4 y 22.5 ± 2.3 para mayor o menor miedo, respectivamente). Por el contrario, las no se observaron diferencias en este valor entre el grupo que presentaba dolor con poco miedo y las personas del grupo control sin dolor.
La tarea con la que se les evaluó el movimiento lumbar fue realizada en 3 ocasiones tras un periodo de prueba. Al recibir una señal auditiva, los participantes debían realizar una flexión del tronco lo más rápido posible hasta alcanzar el rango máximo de movimiento —como si quisieran alcanzar el suelo con las manos—, para posteriormente realizar una extensión que les llevara a la posición de inicio.
El movimiento lumbar, medido mediante la utilización de goniómetros electrónicos colocados en T12-L2 y S1-S3, fue dividido en las siguientes fases temporales:
- Fase de respuesta. Comenzaba con la señal de inicio y finalizaba cuando el movimiento lumbar excedía los 15º/s (inicio del movimiento).
- Fase de flexión lumbar. Comenzaba al finalizar la fase 1 y finalizaba cuando la velocidad de flexión alcanzaba el valor pico.
- Fase de cambio de dirección. Comenzaba al alcanzarse el valor de velocidad pico en flexión y finalizaba cuando la velocidad alcanzaba su valor pico de durante la extensión.
- Fase de extensión lumbar. Comenzaba cuando la velocidad de extensión alcanzaba el valor pico y finalizaba cuando el participante adoptaba una postura erguida.

Figura 1. División de la tarea en 4 fases.
Además de comprobar el tiempo empleado en cada una de las fases, los investigadores midieron el rango de movimiento máximo (ROM) en grados y el pico de velocidad (º/s) lumbar en flexión y en extensión. Para obtener un solo valor para cada variable y persona, se utilizaron los valores medios de las 3 repeticiones realizadas.
Resultados:
No se observaron diferencias entre grupos ni en el grado máximo de movimiento (HC: 44.7 ± 11.1, CLBP “poco miedo” 44.3 ± 17.6, CLBP “mucho miedo” 46.0 ± 11.9) ni en la velocidad pico alcanzada durante los movimientos de flexión (HC 323.7 ± 162.1, CLBP “poco miedo” 311.4 ± 155.7, CLBP “mucho miedo” 342.9 ± 124.3) y de extensión (HC − 281.3 ± 135.5, CLBP “poco miedo” − 256.1 ± 131.5, CLBP “mucho miedo” − 297.5 ± 98.8).
En cuanto al tiempo empleado en cada una de las fase de movimiento, se observó que si bien las fases 2 y 4 fueron de similar duración en todos los grupos, tanto la fase 1 y como la 3 presentó una mayor duración en aquellos que presentaban dolor lumbar y una mayor puntuación en el cuestionario TSK-11. Así, analizando los datos de todos los participantes, se comprobó que existía una correlación entre la duración de las fases 1 y 3 y la puntuación total en el test TSK y en la subescala de TSK correspondiente a la “evitación de actividad”.

Figura 2. Tiempo (en segundos)empleado en cada fase de movimiento para los grupos control (HS), dolor lumbar con poco miedo (CLBP «low fear») , dolor lumbar con mucho miedo (CLBP «high fear»).
Los datos del presente estudio muestran que personas con un mismo diagnóstico y con una misma intensidad y duración de dolor lumbar pueden presentar diferentes respuestas motoras para resolver una tarea propuesta. Se muestra que un mayor nivel de kinesiofobia viene acompañado de un comportamiento que podría considerarse protector. Concretamente, las personas con dolor y mayor miedo parece que tardan más tiempo en iniciar el movimiento y en realizar el cambio de dirección desde la flexión a la extensión del tronco.
Una vez más, vemos que el tratamiento a realizar con una persona que presenta dolor lumbar ( o cualquier otro dolor) no debería basarse exclusivamente en un diagnóstico patoanatómico ni limitarse al trabajo de aspectos relacionados con la mejora del estado de los tejidos. En este caso vemos que comprobar y tratar de mejorar los valores de kinesiofobia podría sernos de gran utilidad para conseguir mejorar la calidad de vida de personas que padecen dolor.