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Trabajo multidimensional para combatir el dolor persistente y sus consecuencias

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La terapia de aceptación y compromiso (ACT, por sus siglas en inglés) es una “intervención cognitiva y conductual que utiliza procesos de aceptación y mindfulness, así como procesos de cambio en el compromiso y comportamiento para producir flexibilidad psicológica”. A diferencia de la terapia cognitiva conductual —en la que el objetivo es reducir el dolor o modificar los pensamientos per se—, este tipo de intervención busca cambiar la relación que tiene una persona con los pensamientos y sensaciones de miedo-evitación. 

Existe evidencia científica para que podamos considerar esta terapia como adecuada para personas que buscan reducir dolor y mejorar la función; sin embargo, se desconoce cuáles son los efectos que tiene cuando se realiza junto con ejercicio y educación, estrategias que ya sabemos son muy efectivas para este fin. Recientemente un grupo de investigadores decidió realizar un estudio para comprobar el impacto de 1 sesión semanal de este tipo de abordaje multidimensional durante 8 semanas. A los sujetos de estudio, que eran personas  con dolor persistente, se les realizó seguimiento de 1 año. 

La intervención semanal tenía 3 partes bien diferenciadas. Comenzaban con 2 horas de sesión de ACT dirigida por un psicólogo y cuyo objetivo era mejorar la flexibilidad psicológica, disminuir los comportamientos de evitación y aumentar la realización de actividades significativas para cada persona. A continuación tenían 30 minutos de charla educativa en la que se trataban temas como la neurociencia del dolor, el manejo del dolor, la regulación de medicamentos y la higiene de sueño. Por último, realizaban 1 hora de ejercicio pautado y guiado por un fisioterapeuta. 

Después del período de intervención, el 86.8% del total de los participantes en el estudio reportó estar muy satisfecho o satisfecho con el tratamiento y casi la mitad de ellos dijeron que este había supuesto un cambio positivo en sus vidas (el 40% mostraron que este cambio se mantuvo después de 1 año). A esto hay que sumarle que durante las 8 semanas de intervención se redujeron las visitas a médicos especialistas y a otros profesionales de la salud, y que en el siguiente año se redujeron el número de veces que acudieron a urgencias y al médico de cabecera. Como bien comentan los investigadores, esto demuestra que este tipo de abordaje aumenta la habilidad de automanejo del dolor y sus consecuencias. 

De manera más concreta se encontraron mejoras significativas en la intensidad del dolor y en la interferencia que tenía este en sus vidas, medido con el inventario breve de dolor (BPI por sus siglas en inglés); en el malestar psicológico evaluado con la escala Kessler-10 y con los inventarios BDI y BAI (para la depresión y ansiedad, respectivamente); en la puntuación obtenida en todas las categorías de la escala de catastrofismo ante el dolor (PCS); en el nivel de autoeficacia  medido con el cuestionario de autoeficacia frente al dolor (PSEQ); en las creencias de miedo-evitación (FABQ); en la aceptación del dolor (CPAQ) y en el número de pasos medios diarios. 

Es cierto que la mayoría de variables analizadas mejoraron poco o moderadamente, que intensidad de dolor solo a 1 año de seguimiento (no al finalizar intervención) y con un tamaño del efecto pequeño, y que no hay grupo control con el que se comparen los efectos. Podemos decir por tanto que no es una intervención perfecta y que es necesario un estudio controlado aleatorizado para tener resultados concluyentes. Pero, sin olvidar esto, creo que hay que quedarse con los buenos resultados conseguidos. Si comprendemos la complejidad del dolor, entendemos que no existe el tratamiento definitivo. La terapia de aceptación y compromiso (al igual que el ejercicio o las charlas educativas) no es sino otra estrategia más que, unida a otras que ya conocemos, seguro que nos ayudará a conseguir mejores resultados en los procesos de recuperación en personas con dolor. 

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