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Terapia Cognitiva Funcional. Efectos multidimensionales en personas con dolor lumbar persistente

 

¿Pueden 4 personas atrapadas en un estado de dolor persistente durante años, que además presentan miedo e inhabilitación, mejorar considerablemente tras 12 semanas de intervención?

Pues, parece que con la Terapia Cognitiva Funcional sí…

Ya hablamos en anteriores entradas de la Terapia Cognitiva Funcional o CFT por siglas en inglés (Cognitive Functional Therapy). Se trata de una intervención multidimensional e individualizada que, debido a que estudios anteriores mostraron resultados prometedores en la reducción el miedo, dolor e inhabilitación, se recomienda para el tratamiento del dolor lumbar una vez han sido descartadas patologías serias y específicas. Se compone de 3 pilares:

1) Dar sentido al dolor: El propósito es que el paciente abandone creencias inadecuadas acerca del dolor mediante la creación de un programa educativo individualizado a través del cual se comprenda la realidad que se esconde detrás de un proceso doloroso.

2) Exposición con control: Con el fin de conseguir cambios en el comportamiento y en las expectativas de daño y dolor que tiene una persona, se propone la realización de una exposición gradual y guiada de aquellas tareas que le provocan dolor, teme o evita. Se busca modificar y controlar las respuestas simpáticas (ej. respiración, tensión corporal…) y los comportamientos de sobreseguridad mediante la normalización de diferentes posturas y movimientos, así como con la utilización de técnicas de relajación y de control de la respiración.

3) Cambio de hábitos de vida: Se trata de ayudar a la persona a modificar hábitos poco saludables que puedan estar influyendo en su dolor. Así se le anima a incrementar su nivel de actividad física, a tener una mayor participación social y a regular adecuadamente la tensión y el sueño.

Pues bien, con este método se propuso (ver estudio aquí) ayudar a las siguientes 4 personas :

Participante 1. 66 años, de los cuales lleva 6 con dolor lumbar. Probó con la terapia manual, con ejercicios de estabilización, con Pilates, incluso con inyecciones….Ninguno de estos tratamientos fue efectivo.

Participante 2. 40 años de edad y 22 años con dolor de espalda. Previamente visitó al quiropráctico y al fisioterapeuta, pero no dio con un profesional que le solucionara su problema. Lo intentó también con masajes, con Pilates, con inyecciones y con opioides (durante 20 años) y nada, el dolor persistía.

Participante 3. 52 años y los últimos 13 con dolor. Había probado a reposar, la terapia manual, la tabla de inversión, electroterapia e inyecciones. Todos métodos inefectivos.

Participante 4. 67 años de edad y ¡45 años con dolor lumbar! Ni los masajes, ni el ejercicio, ni la medicación, ni las inyecciones pudieron vencer al dolor.

Para comprobar el estado del que se partía, se les realizó una evaluación inicial y un período de seguimiento de 8 semanas (fase A). Una vez finalizado este proceso, se procedió a comenzar el periodo intervención de 12 semanas (fase B), tras el cual se realizó de nuevo un seguimiento de la misma duración. La sesión inicial de CFT fue de 1 hora de duración y las siguientes de 30-45 minutos. Los fisioterapeutas encargados de realizar el tratamiento veían a los pacientes semanalmente en las 2-3 primeras sesiones. Después, la frecuencia disminuyó a 1 sesión cada 2-3 semana. Además de las sesiones presenciales, las personas recibían un programa individualizado con tareas que debían tratar de realizar por su cuenta (progresión ejercicios, cambio hábitos…).

La inhabilitación presentada por cada uno de los participantes fue valorada de manera individualizada mediante la “Patient-Specific Functional Scale». En resumidas cuentas, se les pedía que valorasen, en una escala de 0 a 10, la dificultad para realizar 3 de sus actividades cotidianas debido a su dolor de espalda. De ellas, aquella con mayor puntuación era seleccionada y utilizada para las mediciones de los valores de inhabilitación. Estas mediciones, que se realizaban a modo de seguimiento de manera semanal (antes de la sesión de tratamiento) se complementaban con la valoración de 10 factores potencialmente contribuyentes al estado de dolor. Estos fueron agrupados en 5 categorías: 1) dolor (intensidad e interferencia), 2) regulabilidad del dolor (control del dolor y autoeficacia), 3) miedo (miedo al dolor/daño, ansiedad por dolor, catastrofismo y creencias de evitación), 4) alteración emocional (ansiedad, depresión, irritación) y 5) sueño (dificultad para dormir).

Además de esto, se realizaron mediciones estándar pre (basal semana 1 y semana 8) y postintervención (tras las 12 semanas de tratamiento y tras 12 semanas de seguimiento) para la medición de cambios en miedos (Tampa Scale of Kinesiophobia “TSK”), ansiedad (Pain Anxiety Symptoms Scale “PASS-20”), catastrofismo (Pain Catastrophising Scale “PCS”), pensamientos acerca de la espalda y su relación con el dolor (Back Pain Attitudes Questionnaire “BackPAQ”), percepción de enfermedad (Brief Illness Perception Questionnaire “B-IPQ”) y conciencia corporal específica de la espalda (Fremantle Back Awareness Questionnaire “FreBAQ”).

Al finalizar el periodo de intervención, tocó realizar las mediciones y realizar los análisis estadísticos. Al hacerlo, uno de los principales hallazgos de los investigadores es que todos los participantes redujeron su nivel de inhabilitación tras el comienzo de la intervención. Se encontraron que, una vez conocida y controlada la tendencia basal,  las puntuaciones de la fase A y B no se solapaban y que eran fase-dependientes, lo que muestra que los niveles de inhabilitación mejoraron significativamente en todos los pacientes durante la fase B. Dicho de otro modo, el tratamiento fue efectivo en el 100% de los casos para la reducción de inhabilitación por dolor. Este hecho se reafirmó al obtener las valoraciones cualitativas, tanto de los participantes como de sus parejas, acerca del cambio comportamental percibido, en todos los casos muy positivas.

Con respecto a las variables mediadoras, el tratamiento fue efectivo en la categorías dolor y miedo en todos los participantes. En todos los casos se redujo, además de la inhabilitación, la intensidad del dolor. En cuanto a la regulabilidad del dolor, se consiguió mejorar el control del dolor en todos las personas y la autoeficacia en 3 de ellas (P2, P3 y P4). El sueño mejoró en 2 de los participantes (P3 y P4).

Para comprobar la asociación temporal entre los diferentes mediadores propuestos y los valores de inhabilitación, los investigadores realizaron un análisis de correlación. En la siguiente figura puede observarse la relación encontrada en cada uno de los participantes y que los mediadores dolor, regulabilidad del dolor y miedo fueron los que presentaron una mayor correlación con la inhabilitación. Esto muestra que los cambios en estos factores ocurrieron de manera concomitante y no de manera secuencial a los cambios en inhabilitación.

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En las siguientes imágenes se muestran las puntuaciones semanales y el cambio en inhabilitación por dolor y en los factores que mayor asociación presentaron con ella para cada uno de los participantes.

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Por último, en la siguiente tabla se recogen las puntuaciones obtenidas en los test estándar realizados en diferentes momentos del estudio. Tal y como puede observarse, el tratamiento fue efectivo y clínicamente significativo para todas las variables analizadas. A destacar, el bajo nivel de inhabilitación que presentaron al finalizar el tratamiento y la gran reducción de miedo al movimiento y de pensamientos catastrofistas que se consiguió.

Con la publicación de esta investigación vuelve a demostrarse que la terapia cognitiva funcional es muy adecuada para el tratamiento del dolor lumbar persistente. Se muestra que con ella pueden conseguirse cambios muy positivos en un período de tiempo relativamente corto, lo que hace de esta terapia un método eficiente a la par que eficaz. Es importante entender que, como bien comentan los autores, la probabilidad de que estos resultados puedan explicarse desde una perspectiva biomédica (cambios en tejido, fuerza, flexibilidad…) son bajas. Debemos ser conscientes de que el comportamiento motor y las percepciones (ej. dolor) no solo derivan del estado de las estructuras, también de nuestras cogniciones y emociones. Solo de esta manera podremos comprender que los cambios tan importantes que se dieron en estas 4 personas pudieron conseguirse mediante un tratamiento que se centra principalmente en conseguir un cambio de comportamiento mediante la modificación de las expectativas y del significado que se le otorga a un estímulo determinado en un contexto concreto.

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