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Poco descanso por la noche, mayor dolor durante el día

Actualmente existe una gran cantidad de estudios científicos que han mostrado que la falta de descanso no solo reduce el rendimiento físico y cognitivo, también compromete nuestro estado de ánimo, reduce la actividad inmunitaria y aumenta las respuestas proinflamatorias. Tanto es así, que las personas que duermen poco (<6-7h) tienen más probabilidades de sufrir dolor, de lesionarse, de enfermar e incluso de morir.

Recientemente se ha publicado en la revista Journal of Neuroscience una investigación con la que se vuelve a poner de manifiesto que todo profesional que trate con personas que sufren dolor debe controlar y modificar, en caso de ser necesario, los hábitos de sueño que estas tienen. Podemos ser muy buenos eligiendo ejercicios, haciendo terapia manual o explicando el dolor, pero si la persona no descansa adecuadamente el dolor aumentará.

El estudio se dividió en 2 partes:

Parte 1. Laboratorio

Para llevar a cabo esta parte del experimento, los investigadores contaron con la participación de 25 personas, de entre 18 y 30 años, libres de dolor, sin diagnóstico médico alguno y sin alteraciones de sueño. Estas debían de acudir al laboratorio en dos ocasiones, separadas por 7 días. Algunas personas lo hacían en un orden y otras en el inverso.

Uno de los días debían de acudir a las 10:00 PM y permanecer despiertos toda la noche. Para ello se les estaba permitido el uso de internet, email y juegos de mesa. También podían realizar caminatas cortas, leer o ver películas de baja carga emocional. En definitiva actividades que demandaran poco estrés pero les ayudaran a no dormir.

En la otra ocasión, los participantes debían acudir a las 8:00 PM para prepararse para una noche de 8 horas de descanso (11:00 PM – 7:30 AM ± 30 minutos) durante la cual se monitorizó el sueño con polisomnografia.

Para evitar que los datos estuvieran alterados se les pidió que evitaran la ingesta de cafeína y alcohol durante las 72 horas previas al comienzo del estudio y durante todo el transcurso del mismo. A su vez, se corroboró que durante el mes previo hubieran llevado un ritmo de sueño-vigilia normal (7-9 horas de sueño al día, comenzando el descanso antes de las 1:00 AM y levantándose no más tarde de las 9:00 AM) y se controló, mediante actigrafía, que efectivamente esto fuera así las 3 noches previas.

Tras ambas noches, con y sin privación de sueño, se les realizaron los siguientes test.

Test de sensibilidad ante estímulos térmicos. En primer lugar se determinó el umbral de dolor. Para ello se les aplicaron estímulos a diferentes temperaturas de manera incremental hasta que la persona describía el estímulo como desagradable. Esto se realizó en 6 ocasiones y la media fue determinada como la temperatura umbral.

Al finalizar este test se les realizó, mediante resonancia magnética funcional (fMRI), una prueba de imagen de contraste dependiente del nivel de oxígeno en sangre. Con esta prueba se buscaba conocer la actividad de las diferentes áreas cerebrales cuando se les aplicaba un estímulo de alta temperatura que generaba dolor (7/10 EVA) y cuando este era caliente pero no doloroso (ambos previamente medidos de manera individualizada).

Test para comprobar cómo habían afectado cada una de las condiciones al estado de ánimo y a los niveles de ansiedad. Se utilizaron la escala PANAS de afecto positivo y negativo (PANAS) y el cuestionario de ansiedad estado-rasgo (STAI).

Resultados:

La falta de sueño aumentó el rango de temperatura en el que un estímulo se clasificaba como doloroso. Así, cuando a los participantes se les privaba de sueño manifestaban dolor a una temperatura inferior que cuando habían descansado adecuadamente. El umbral de dolor era menor.

La privación de sueño alteró la actividad de ciertas áreas que se ha demostrado están relacionadas con la intensidad de dolor percibida. Concretamente se observó que, para un misma intensidad, existía un aumento en la actividad de la corteza somatosensorial primaria derecha (lado contralateral a la aplicación de estímulo térmico), así como un descenso en la actividad del tálamo, núcleo accumbens, ínsula medial derecha e ínsula anterior izquierda.

Además de esto, se encontró que existía una relación entre algunos de los cambios observados en la actividad cerebral y en el umbral de dolor. Así, el aumento en la actividad de la corteza somatosensorial predecía positiva y significativamente un descenso en el umbral de dolor. Por su parte, el grado de reducción en actividad talámica se asoció negativa y significativamente a un menor umbral de dolor.

Los niveles de afecto negativo y positivo fue numérica pero no significativamente diferente entre ambas condiciones (Afecto positivo: privación sueño = 17.4 ±4.8 ; sueño normal = 20.12 ±7.4; p = 0.14; Afecto negativo: privación sueño = 15.2 ±1.9; sueño normal = 16.64 ±4.8; p = 0.19). Algo similar ocurrió con los niveles de ansiedad reportados tras cada condición (Ansiedad: privación de sueño = 35.5 ±10.2; sueño normal = 32 ±9.3; p = 0.18). En ninguno de los casos se encontró una correlación significativa y los cambios en el umbral de dolor.

Parte 2. Online

Con el anterior estudio se comprobó que la privación de sueño aguda altera el procesamiento neural del dolor y, en consecuencia, aumenta la sensibilidad y disminuye el umbral de dolor ante un estímulo. El objetivo de esta segunda parte de la investigación era comprobar cómo afectan los cambios diarios normales (no se daba instrucciones de dormir más o menos) en el sueño en la intensidad del dolor en personas que sufren de alguna dolencia.

Para ello, contaron con la participación de 60 hombres y mujeres, de mediana edad, a los que se les cuantificó una serie de factores relacionados con el sueño y el dolor durante 2 noches/días.

Diario de sueño “Karolinska” que incluye el tiempo en cama, duración y latencia de sueño, tiempo levantados y calidad subjetiva de sueño en una escala de 5 puntos. La eficiencia de sueño se calculó mediante estos diarios, restando al tiempo total de sueño la latencia del mismo y el tiempo que estuvieron despiertas una vez se inició el sueño.

Escala PANAS de afecto positivo y negativo (PANAS) y el cuestionario de ansiedad estado-rasgo (STAI) para caracterizar cambios en el ánimo y ansiedad.

Cuantificación de la experiencia dolorosa de cada día en una escala de 100 puntos (0= no dolor y 100= peor dolor imaginable).

Resultados:

Las alteraciones de sueño afectaban al dolor. De esta manera, aquellas personas que disminuían la eficiencia de sueño de una noche para otra experimentaban un aumento en el dolor de un día para otro. Algo parecido se observó con la calidad de sueño. Un descenso en la calidad de sueño se asoció a un incremento en el dolor durante el día siguiente. Por el contrario, los cambios en la cantidad total de sueño no predecían de manera cambios en el dolor.

Se observó una relación significativa entre la calidad de sueño y el dolor del día siguiente. Esto ocurrió aun controlando los efectos del dolor del día previo y sin que existiera relación entre los cambios en el afecto y ansiedad con el dolor, lo que sugiere que a calidad del sueño durante la noche es un buen predictor del dolor durante el día independientemente del dolor previo y de aspectos emocionales.

A la vista de estos resultados podemos comprender que es necesario conocer cuánto y cómo duerme la persona con la que estamos trabajando y que, en función de los valores obtenidos, debemos ser capaces de ayudarle a mejorar estos aspectos.

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