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Poco descanso por la noche…mayor ansiedad durante el día

Diversos estudios han mostrado que la falta de sueño, ya sea aguda o persistente, conlleva un incremento de la ansiedad y que este efecto es dependiente de la dosis, es decir, cuanto menos dormimos más aumenta la ansiedad. A su vez, la alteración del sueño no solo es un síntoma común y bien conocido entre las personas que sufren problemas de ansiedad persistente, también se ha relacionado con el inicio y progresión de estos. 

Esta asociación sueño-ansiedad está bastante evidenciada a día de hoy; no obstante, todavía existen varias cuestiones acerca de esta relación que están aún por resolver. Por ejemplo: por qué y cómo un déficit en el sueño amplifica la ansiedad (qué mecanismos fisiológicos hay detrás), o qué características concretas del sueño son las que nos ayudan a mantenerla a raya. 

Conociendo este vacío de conocimiento, un grupo de investigadores de la Universidad de Berkeley han publicado los resultados de un estudio que realizaron para 1) comparar los efectos que tiene una noche de ausencia de sueño y otra de descanso adecuado en los niveles ansiedad 2) comparar los efectos de ambas noches en el funcionamiento de diferentes áreas cerebrales relacionadas con las emociones de una persona, y 3) comprobar qué fase(s) de sueño se relaciona(n) con el control de la ansiedad. 

En primer lugar observaron que, a pesar de que en ambas condiciones los participantes partían con un nivel equivalente de ansiedad (medición vespertina), la privación de sueño provocó un aumento significativo de la misma a la mañana siguiente. Concretamente, en comparación con una noche buena de sueño, la puntuación de ansiedad fue un 30% superior cuando no se les permitió descansar. 

Para hacernos una mejor idea del grado de afectación encontrado, comentar que este aumento en la ansiedad se dio en el 78% de las personas, y que en el 50% de todos los evaluados el nivel de ansiedad reportado tras 1 noche sin dormir excedió el valor de corte (>40) a partir del cual se considera que una persona presenta síntomas clínicos de ansiedad.  

Estos hallazgos, que se obtuvieron en el laboratorio, fueron corroborados tras realizar otro experimento en el que se evaluaron los efectos que tienen los cambios en la dinámica de sueño de cientos de personas en su vida cotidiana: un descenso en la calidad del sueño de un día para otro conlleva un aumento de ansiedad. Mostrando de esta manera que para generar un aumento en la ansiedad no es necesario pasar la noche en vela, basta con pasar una “mala noche”. 

Con el objetivo de conocer cuáles son los mecanismos neurofisiológicos que están detrás de estos acontecimientos comentados, los investigadores realizaron una resonancia magnética funcional a los participantes mientras estos observaban vídeos con alto contenido emocional. De nuevo, esto se realizó en ambas condiciones: tras una noche de descanso adecuado y tras una noche en la que no durmieron nada. 

Como puede observarse en la siguiente figura, la privación de sueño si bien no afectó al grado de activación de la ínsula, derivó en una amplificación en la actividad de la amígdala y la corteza cingulada anterior dorsal (dACC), áreas cerebrales relacionadas con las emociones y que las personas con ansiedad suelen presentar sobreactivadas.  

Asimismo, se observó que la privación de sueño provocó un descenso en la actividad de la corteza prefrontal medial (mPFC) y en la conectividad funcional entre esta y la amígdala, ambos signos encontrados en personas diagnosticadas con problemas de ansiedad.  Más allá de esto, se encontró que estos sucesos predecían el aumento de ansiedad provocado por la falta de sueño (algo que no ocurrió con los cambios en la activación de la amígdala o dACC), explicando así las diferencias en los efectos que se dieron entre participantes. De esta manera, cuanto mayor era la reducción en la actividad en esta región cerebral y en su conectividad funcional con la amígdala, mayor el aumento de la ansiedad. 

Los investigadores comentan que estos hechos, sumando a la ausencia de relación de los cambios de ansiedad con los cambios en la actividad de la amígdala y la dACC, demostraría que los efectos ansiogénicos de la ausencia de sueño están más asociados a una pérdida de control emocional por parte de la corteza prefrontal, más que por un mero aumento en la reactivada emocional.  

Vemos que la ausencia de sueño provoca unos cambios en la dinámica cerebral que se traduce en un aumento de la ansiedad, pero ¿cómo conseguimos regular la ansiedad con el descanso? ¿qué aspecto fisiológico del sueño se relaciona con los efectos ansiolíticos del mismo?

Para resolver esta pregunta, los investigadores realizaron una polisomnografía que les permitió evaluar las características del sueño de los participantes y observar que, durante la noche en la que dormían, la cantidad de sueño NREM 3 y la cantidad de actividad de las ondas lentas (0.5-4 Hz) predecían la actividad de mPFC y disipación de la ansiedad durante la noche. De esta forma, las personas con mayor NREM3 y mayor actividad de ondas cerebrales lentas, sobre todo en regiones posteriores, mantenían mejor los mecanismos prefrontales de regulación emocional y presentaban un menor nivel de ansiedad al día siguiente.

Importante tener en cuenta que estas relaciones encontradas eran independientes de otros cambios en el estado de ánimo y que eran específicas a un estado agudo de ansiedad, lo que muestra que estas características del sueño comentadas nos ayudan a la regulación diaria de la ansiedad. 

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