Ya hemos visto que, a pesar de que se hace con bastante frecuencia, es un poco atrevido establecer una asociación o una relación causa-efecto entre el estado de la musculatura glútea y el dolor de espalda. En ocasiones pueden encontrarse personas que sufren dolor y que, efectivamente, presentan una atrofia o un bajo rendimiento de esta musculatura. Pero también puede existir dolor en los músculos de la espalda en personas que tienen unos glúteos que presentan un tamaño normal y que trabajan estupendamente (https://www.fidias.net/gluteos-y-dolor-lumbar/).
Otra de las musculaturas a las que normalmente se les acusa de ser causantes de dolor por su mal estado son las que se encuentran en la parte posterior del tronco; los músculos de la espalda (multífidos, erectores espinales, longísimo, iliocostal, cuadrado lumbar…). Así, ante un dolor de espalda es frecuente observar tratamientos que focalizan la atención en mejorar la activación, fuerza o volumen de estas musculaturas. De nuevo, la pregunta es; ¿qué dice la ciencia acerca de esta relación? ¿tienen las personas con dolor de espalda alguna alteración en la musculatura de esta zona?
Lo primero que llama la atención cuando se consulta la literatura científica es que las personas con dolor de espalda, por norma general, presentan una mayor activación de la musculatura de espalda. Esto se ha observado en diferentes ejercicios en seco y en agua (Psycharakis SG y col. 2019), caminando (Arendt-Nielsen L. y col. 1996; van der Hulst M. y col. 2010; van der Hulst M. y col. 2010(2); Lamoth C y col. 2006), cogiendo y soltando objetos de suelto (Falla D y col. 2014), sentándose y levantándose de una silla, subiendo escaleras (Lima M y col. 2018), realizando rotaciones de tronco (Pirouzi S y col. 2006) y durante la ejecución de extensiones o flexiones de cadera (Arab AM y col. 2011; Moreside J y col. 2014). Además, se ha demostrado que las personas con dolor de espalda no son capaces de relajar esta musculatura como y cuando lo hacen personas sin dolor (ej. cuando se sientan con la espalda doblada) (Dankaerts W y col. 2006). Conociendo esto, ¿no sería más recomendable un programa de ejercicios que buscara la relajación de toda esta musculatura en lugar de aumentar aún más la rigidez?
Músculos de la espalda
En cuanto a la masa muscular, encontramos resultados que vuelven a hacernos dudar acerca de la relación entre una menor musculatura en la espalda y el dolor de espalda que en ocasiones se canta a los cuatro vientos…Es cierto que varios estudios han encontrado una menor área de sección transversal de los multífidos en personas con dolor persistente de espalda (Danneels L y col. 2000; Kader DF y col. 2000; Kamaz M y col. 2007; Hides J y col. 2008; Wallwork T y col. 2009; Gildea J y col. 2013; Shadani A y col. 2018), que se han encontrado relaciones entre el tamaño de algunos músculos de la espalda (multífidos y erectores espinales) y la sensibilidad, la intensidad del dolor y la inhabilitación causada por este (Rahmani N y col. 2017; Goubert D y col. 2018), así como una asociación entre una pérdida de masa muscular y el dolor lumbar (Belavy D y col. 2011; Belavy D y col. 2011(2)).
Pero…(siempre hay un pero)…esta menor masa muscular:
1- No se ha observado en todas las personas con dolor de espalda.
Diferentes estudios han mostrado que no siempre existe atrofia en los músculos de la espalda (multífidos incluidos) y que no tiene por qué existir diferencias en los niveles de masa muscular entre personas asintomáticas y personas con dolor (Kader DF y col. 2000; Hides J y col. 2008(2); Kalichman L y col. 2010; ; Paalanne N y col. 2011; Sitilertpisan P. y col. 2012; Teichtahl AJ y col. 2015; Scott IR y col. 2015; Smyers Evanson A y col. 2018). Incluso puede darse que una persona con dolor o que haya tenido dolor presente mayor área de sección transversal en los multífidos (Mcgregor AH y col. 2002) o en psoas mayor (Arbanas J y col. 2013), por ejemplo.
2- No se ha observado en todos los músculos.
Danneels L y col. (2000) encontraron que las personas con dolor tenían menor volumen en los multífidos y en paraespinales (multífidos, longísimo e iliocostal) pero no en los erectores espinales ni en el psoas. Algo parecido observaron Gildea J y col. (2013); personas con dolor presentaban menor área en los multífidos pero no en los erectores espinales, ni en psoas ni en el cuadrado lumbar.
3- No se ha observado en todos los niveles vertebrales.
Por ejemplo, Hides J y col. (2008) encontraron que las personas con dolor crónico de espalda presentaban menor masa muscular en los multifidos a nivel de L4 y L5, pero no a nivel de L3 ni de L2. Por su parte, Wallwork T y col. (2009) encontraron en estas personas una menor masa muscular en los multífidos a nivel de L5, sin embargo a nivel de L2 las personas con dolor presentaban mayor área de sección transversal de esta musculatura y no se observaron diferencias en L3 ni L4. Algo parecido observaron Danneels L y col. (2000); menor área en los multífidos en la placa inferior de L4, pero no en la placa superior de esta vertebra ni tampoco en L3, y Kamaz M y col. (2007); menor área en psoas y cuadrado lumbar en placa superior de L4 pero no hubo diferencia en la placa inferior de L4 en estas musculaturas, en los músculos paraespinales se observó lo contrario.
4- No siempre se asocia con la intensidad del dolor. Por ejemplo, Paalanne N y col. (2011) mostraron que el área de sección transversal de los multífidos y de los erectores espinales no se correlacionaban con la severidad del problema.
5- No siempre es un buen predictor de dolor.
“Las variaciones en la morfología de los erectores y multífidos no parecen ser factores de riesgo claros o importantes para el desarrollo o pronóstico a corto (1 año) o largo plazo (15 años) de los problemas de dolor lumbar, incluida la ciática” concluyen Fortin M y col. (2014). Por su parte, Hides J y col. (2012) no encontraron una relación entre los cambios en el área de los multífidos tras un periodo de entrenamiento y el dolor lumbar en jugadores de fútbol australiano.
Además de esto, debemos conocer que en cuanto a timing de activación, niveles de fuerza o resistencia de estas musculaturas nos volvemos a topar con resultados que indican que, por riesgo a equivocarnos, no debemos establecer relaciones directas entre estas variables y el dolor de espalda (Vogt L y col. 2003; Taylor J y col. 2014; Suehiro T. y col. 2015; Cai C y col. 2015; Kahlaee A y col. 2016; Noll M y col. 2016).
Visto lo visto, no podemos caer en el error de pensar que el dolor viene necesariamente acompañado de algún déficit en la musculatura de la espalda y que el entrenamiento de fuerza nos ayudará a mejorar la situación clínica mediante su corrección. Debemos siempre atender a las características individuales de cada persona y entender que el estado de la musculatura es solo un factor más dentro en un gran conjunto de diversos factores que pueden contribuir a cómo se encuentra una persona.
En el caso de que se observe una disfunción o una atrofia en la musculatura de la espalda, el entrenamiento de fuerza puede ser una estrategia adecuada para revertirlo, pero debemos saber que aun consiguiéndolo, no tiene por qué existir una correlación entre estas mejoras y una mejora en la sintomatología de la persona (Wong A y col. 2014). Por suerte, los beneficios que nos aporta el entrenamiento de fuerza no se limitan a la mejora de las características musculares (que no digo que no sea importante…dependerá de cada caso). Ya sabemos que también nos ayuda a mejorar el rendimiento físico y cognitivo, el estado anímico, el funcionamiento del sistema inmune y a provocar un estado agudo de analgesia. Además, puede ser muy útil ya no solo para hacernos más fuertes, también para que nos sintamos más fuertes, lo que provocará una reducción de pensamientos catastrofistas y del miedo al movimiento, y favorecerá un mayor sentimiento de autoeficacia y un mayor nivel de actividad física. Esto último importantísimo por muchos motivos, entre ellos uno que viene al caso: la relación que se ha encontrado entre los niveles de actividad y el tamaño de los multífidos (Wallwork T y col. 2009).
Resumiendo. Recomendar que se fortalezca la espalda (bueno, la espalda… y las piernas, y los brazos, y el cuello…) siempre será una buena idea. Existen múltiples razones por las que nos podemos beneficiar de realizar un entrenamiento de fuerza. No obstante, hay que ser precavidos a la hora de justificar su inclusión en un tratamiento para mejorar el dolor de espalda. El dolor lumbar no es sinónimo de musculatura “a por tabaco”. Como se ha comentado, hay que estudiar bien cada caso para poder afirmar que la persona tiene algún déficit en la musculatura de la espalda. A su vez, hay que ser conscientes de que cuando le transmitimos a una persona que su dolor se explica, total o parcialmente, porque tiene poca musculatura o porque esta no funciona bien, podemos estar generando pensamientos que ayudan poco al proceso de recuperación (ej. “tengo que fortalecer la espalda sino mi columna seguirá siendo inestable y puedo dañarla, lo que hará que me aumente el dolor”…). Por ello, en el caso de detectarse alguna «alteración muscular» (aunque cada vez dudo más de qué significa esto…) habría que explicar muy bien y desde una perspectiva multidimensional qué relación puede tener con el dolor. En el caso de no haber realizado las mediciones con con el aparataje correspondiente, mejor no mojarse acerca de la relación músculo-dolor y evitar una posible mentira…