[vc_row][vc_column][vc_custom_heading text=»Enseñanza por analogías» font_container=»tag:p|font_size:30|text_align:left|color:%231e1e1e» google_fonts=»font_family:Open%20Sans%3A300%2C300italic%2Cregular%2Citalic%2C600%2C600italic%2C700%2C700italic%2C800%2C800italic|font_style:600%20bold%20italic%3A600%3Aitalic»][ultimate_spacer height=»30″ height_on_tabs=»15″ height_on_tabs_portrait=»15″ height_on_mob_landscape=»15″ height_on_mob=»15″][vc_column_text]
El empleo de instrucciones técnicas (ej. sobre biomecánica de un gesto deportivo) puede ser útil de cara a modificar la atención de una persona y conseguir así que modifique su comportamiento motor. Sin embargo, se ha demostrado que, si bien no habría que descartarlas, parece que existen otros métodos que en muchas ocasiones son más adecuados para lograr que alguien conozca nuevas posibilidades de acción (ej. instrucciones de resultado, modificación de constreñimientos no verbales de organismo/tarea/entorno, inclusión de variabilidad…).
En ocasiones, además, se dan varias instrucciones a la vez. Esto puede saturar a la persona (¡¡¿qué hago? ¿a qué presto atención?!!). En un estudio se observó que cuando damos un buen número de instrucciones a niños con poca memoria de trabajo estos prestan menos atención al entorno y presentan estrategias para utilizar instrucciones menos eficientes. Resultado: no hay aprendizaje.
Para enseñar un ejercicio, una alternativa a las instrucciones técnicas son las analogías. Es decir pedirle a alguien que imite una forma familiar de movimiento de manera que realicen un gesto concreto sin ser conscientes de su biomecánica. Ej. “lanza la pelota como si quisieras poner galletas en un tarro en un estante alto”, “sigue la pelota como si fueras su sombra”…
El objetivo de la analogía es “integrar la compleja estructura de reglas de la habilidad que se quiere aprender en una metáfora biomecánica simple que puede ser reproducida por el aprendiz” (Masters & Liao 2001). Sin reglas que seguir, la tarea es más sencilla y la presión es menor. Eso favorece también un mayor disfrute del ejercicio.
En niños, se ha demostrado que cuando se dan instrucciones de (vía analogía/metáfora) se consigue aumentar más la autoeficacia (sentimiento de ser capaces) que cuando estos aprenden con instrucciones explícitas (técnicas) o implícitas (distracción). Y esto venía de la mano de una mayor mejora en el rendimiento de recepción de la pelota en voleibol (una cosa lleva a la otra, y viceversa).
Algunos aducen que recibir instrucciones explícitas sobre cómo realizar una tarea puede aumentar el procesamiento consciente durante su realización, lo que puede reducir sus capacidad para prestar atención a otras aspectos que podrían ser relevantes, así como para realizar 2 tareas de manera simultánea.
En la gráfica de arriba vemos que un grupo de mujeres que entrenó mediante analogías mejoró más (vs instrucciones técnicas) su desempeño en un ejercicio de equilibrio (Y-balance) cuando este se realizaba de manera aislada o junto a otra tarea (contar hacia detrás) (ver estudio).
En ese mismo estudio, los participantes que entrenaron con analogías recordaban menos los movimientos o técnicas (ej. flexioné mi rodilla, me eché hacia delante…) utilizadas durante el ejercicio (tenían un modo más “automático”). Esto nos recuerda que la habilidad para realizar una tarea con éxito no es dependiente de la capacidad que tenemos de describir verbalmente los movimientos realizados. De hecho, algunos han mostrado una correlación negativa entre el cambio en el conocimiento técnico y el cambio en el rendimiento.
Estos resultados llevan a pensar que las analogías se asocian a un aprendizaje implícito, esto es: sin o con un mínimo de conocimiento acera de los movimientos que se realizan. El aprendizaje implícito al “dejar libres” más recursos cognitivos (menos demanda atención/memoria trabajo) puede favorecer el rendimiento en tareas simultáneas, bajo presión o con más fatiga.
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