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Educación del dolor, exposición gradual y mejora de hábitos de vida. Trío de ases.

La Terapia Cognitiva Funcional (TCF) busca que la persona sea capaz de manejar por sí misma el dolor de espalda, que sea la protagonista en la recuperación de su vida sin dolor y de las actividades que solía realizar.  Para conseguirlo, se realizan intervenciones individualizadas que consisten: 

  1. Dar sentido al dolor mediante sesiones educativas individualizadas al contexto de cada persona en las que se explique —con lenguaje sencillo, ejemplos y metáforas— qué es el dolor, qué función tiene y cuáles son los mecanismos fisiológicos que lo explican. Se identifican conceptos erróneos y se tratan de modificar por información científica actual. 
  2. Exposición gradual a las actividades que duelen, dan miedo o se evitan. Se proponen tareas específicas en las que se tengan que enfrentar a estas actividades, tratando siempre que se realicen de manera relajada evitando comportamientos de seguridad y sobreprotectores. Con esto se busca eliminar la relación movimiento-dolor, así como las creencias y comportamientos de evitación. 
  3. Mejora de los hábitos de vida. Se les pide y anima a realizar 20-30 de actividad física diaria, la que prefieran, y se les enseñan estrategias para el manejo del estrés y la mejora del sueño. 

A día de hoy contamos ya con varios estudios que han mostrado que tiene efectos multidimensionales en personas con dolor persistente (ver aquí), y que es una terapia más o igual de efectiva que la combinación de educación y entrenamiento grupal (ver aquí) o que la combinación de terapia manual y ejercicio (ver aquí).  Sin embargo, sus efectos no han sido investigado en personas con dolor severo y alto nivel de inhabilitación que no han obtenido resultados positivos con tratamientos de atención primaria, ni comparados con los que ofrece un programa multidisciplinar de manejo del dolor. Asimismo, aunque ya se conocen algunos efectos concretos que tiene esta terapia, hasta la fecha no se conocen los efectos sobre el umbral de dolor y qué tipo de mejoras clínicas se asocian con los cambios en la sensibilidad al dolor tras este tipo de intervención. 

Con el objetivo de resolver estas últimas cuestiones, varios expertos en el tema decidieron hace poco tiempo realizar una investigación acerca de los efectos que tiene la realización de una Terapia Cognitiva Funcional, durante 12 semanas (5-8 sesiones), sobre diferentes aspectos clínicos y la diferencia de estos con los que pueden obtenerse con un programa multidisciplinar realizado en un centro de dolor. Se seleccionaron 34 pacientes con dolor persistente de espalda —de una intensidad moderada/severa—, la mayoría con dolor en más de 1 área corporal, sufrimiento psicológico y alto nivel de inhabilitación provocado por el dolor. Los resultados acaban de publicarse. 

Al finalizar el período de intervención de 3 meses, las personas que completaron el tratamiento habían mejorado, de manera moderada (cambios estándares medios de 0.33-0.75), la intensidad del dolor; la inhabilitación por el mismo; el nivel de kinesiofobia (miedo al movimiento); los pensamientos catastrofistas con respecto al dolor; la ansiedad; el grado de depresión; la salud general; el consumo de opioides, y el umbral de dolor ante un estímulo mecánico en la zona lumbar. Además, se encontró que los cambios en esta última variable se correlacionaron de manera moderada con los cambios que se dieron en la intensidad del dolor. 

A los 3 meses, 6 con respeto al momento de inicio, se les volvieron a evaluar los cambios producidos en las variables clínicas. En este punto observaron que diversos factores habían cambiado moderada y positivamente con respecto a los valores basales, eran estos: inhabilitación por dolor; ansiedad; depresión; catastrofismo; kinesiofobia; consumo de opioides; salud general y umbral de dolor ante un estímulo mecánico en la zona lumbar. De nuevo, se encontró que los cambios en esta última variable se correlacionaron de manera moderada con los cambios que se dieron en la intensidad del dolor, y en esta ocasión también con los cambios en la inhabilitación medida con el índice Oswestry. 

Estos resultados van en la línea de anteriores estudios que mostraron que con este tipo de intervención se puede mejorar sustancialmente la vida de una persona que sufre dolor persistente de espalda; pero, en la comparativa con un tratamiento multidisciplinar en un centro de dolor ¿cuál sale ganando? Veamos…

El patrón de trabajo en los centros de dolor se basa en elementos de la terapia cognitiva conductual, de la terapia de aceptación y compromiso, y de programas de mindfulness para la reducción del estrés. Este tipo de intervenciones —que guarda ciertas similitudes con la terapia cognitiva funcional— se ha demostrado que tienen un efecto moderado en las mejoras clínicas de este tipo de personas. 

Debido a que el formato de trabajo puede ser muy diverso, para ser seleccionadas a formar parte del estudio, las personas que recibieron este tratamiento debían: 1) haber pasado consulta médica con un especialista en dolor (ej. ajuste individual de analgésico para potenciar sus efectos  objetivos y reducir los efectos secundarios) y 2) haber tenido consultas individuales con un psicólogo o trabajador social especialista en dolor y con conocimiento en terapia cognitiva funcional, y/o haber participado en sesiones grupales de terapia de relajación o mindfulness. En total, para poder realizar la comparativa, se evaluaron a 99 personas. 

En este grupo se evaluaron los cambios en las diferentes variables analizadas al finalizar el tratamiento individual, no existía un período de intervención cerrado. La duración media del tratamiento fue de 9 meses (rango entre 3 y 19 meses) y el número de sesiones fue de 16.4. 

Cuando se compararon los resultados obtenidos se observó que las mejoras en la intensidad del dolor y en el consumo de opioides y analgésicos fue similar al finalizar ambas intervenciones; no obstante, la mejora de la inhabilitación relacionada con el dolor y la calidad de vida fue superior en las personas que completaron la TCF. A esto hay que sumarle que la duración del tratamiento en un centro de dolor fue 3 veces mayor y que el coste por paciente era casi 15 superior al de la TCF. 

Con todos estos datos, y añadiendo los aportados por investigaciones previas, vemos que la TCF no solo mejora de manera sustancial la intensidad del dolor, la inhabilitación, las emociones y los pensamientos relacionadas con el dolor, también se presenta como una alternativa muy interesante a los abordajes que se están utilizando actualmente. Dicho esto, es cierto que son necesario más estudios aleatorizados y controlados para poder conocer con más detalles las diferencias en los resultados que se consiguen con los diferentes tipos de tratamiento. 

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