Sabemos que es más probable que los estímulos se califiquen como dolorosos si se cree que son potencialmente dañinos. De esta manera, es lógico pensar que si la persona entiende, entre otras cosas, que su espalda es más resistente de lo que creía, que no existe una relación lineal entre el daño y el dolor, que el dolor es un sistema de alarma y que el cuerpo es altamente adaptable, las probabilidades de percibir dolor, de que ese dolor inhabilite o de que se someta a tratamientos innecesarios, disminuyen. En este caso, estamos de enhorabuena, porque la ciencia corrobora esta “lógica”. Diferentes estudios han mostrado que la inclusión de un programa de explicación del dolor, desde una perspectiva biopsicosocial, favorece la disminución de dolor, inhabilitación, catastrofismo y visitas médicas, además incrementa la autoeficacia y el rendimiento físico.
Una pregunta bastante recurrente es si este tipo de estrategias también es eficaz y recomendable en que sufren dolor agudo (entendido como aquel que tiene una duración inferior a 3 meses). Hace unos días se publicaron los resultados de una investigación llevada a cabo por Adrian C. Traeger y colaboradores (entre los que se encuentra el gran capo de la educación del dolor, Lorimer Moseley) que trataba de responder a esta cuestión ¿son las sesiones educativas más efectivas que las sesiones placebo en el tratamiento de un dolor agudo de espalda baja?
Dolor agudo de espalda
En el estudio participaron 202 personas que presentaban esta problemática. Quedaron excluidas personas con dolor crónico, las que reportaron en la última semana una intensidad de dolor inferior a 3 en una escala de 10 puntos, las que según el cuestionario PICKUP tenían bajo riesgo de cronicidad, las que presentaban una patología seria (infección, fractura, cáncer…) y aquellas que habían sido sometidas a algún tipo de cirugía en la columna.
Los pacientes fueron distribuidos de manera aleatoria en dos grupos. Uno que recibió sesiones de educación individualizada y otro sesiones placebo (ambos 2 sesiones individuales de una duración de 1 hora). Todos los participantes recibieron, además, recomendaciones básicas como permanecer activos, evitar el reposo en cama y la opción de tomar analgésicos o de recibir una manipulación de columna.
El primer grupo recibió información y consejos extraídos del libro “Explicando el dolor”. Explicación detallada pero sencilla (utilizaron diagrama, metáforas e historias) acerca de la naturaleza biopsicosocial del dolor. Estas sesiones tenían 3 objetivos principales: modificar creencias erróneas sobre el dolor, explicar las bases biológicas del dolor (ej. mecanismo de protección) y evaluar el entendimiento de la información presentada así como discutir sobre técnicas adecuadas para su recuperación.
En las sesiones del segundo grupo, denominado “placebo”, se imitaban todos los aspectos de las sesiones educativas (escuchar, mostrar interés y atención) pero sin el componente educativo. Se les proponía hablar sobre cualquier tema que desearan pero no recibieron ninguna información ni consejo acerca de la naturaleza del dolor.
Veamos cómo afectaron sendas intervenciones al cuadro clínico de los pacientes.
¿Se consiguió mediante las sesiones educativas reducir en mayor medida la intensidad del dolor?
Tras una primera evaluación del progreso de la intensidad dolorosa, realizada 1 semana después de la intervención, no se observaron diferencias en la reducción de dolor entre ambos grupos (de 6.3 a 3.2 puntos y de 6.1 a 3.1 puntos). Tampoco se observaron diferencias a los 3 (2.1 y 2.4 puntos), 6 o 12 meses.
¿Se consiguió mediante las sesiones educativas reducir en mayor medida la inhabilitación por dolor?
Los resultados muestran un pequeño efecto del tratamiento. Los pacientes que participaron en esas sesiones educativas presentaban un menor grado de inhabilitación a la semana de (5.6 frente a 7.1 en una escala de 24 puntos) y a los 3 meses (3.5 frente a 4.9 puntos) de recibir la información. No se observaron diferencias entre grupos a los 6 ni a los 12 meses.
Los pacientes del grupo “educación” mostraron menor interferencia del dolor con su día a día y una reducción en las visitas médicas a los 3 meses, pero no se observaron diferencias entre grupos a los 6 ni a los 12 meses.
¿Se consiguió mediante las sesiones educativas reducir en mayor medida las probabilidades de que el dolor volviera a aparecer?
Pues parece que sí, que a las personas a las que se les explicó qué es y cómo funciona el dolor tuvieron una menor recurrencia del dolor en los siguientes 12 meses. En el grupo que recibió la educación el 28.6% (26/91) de los pacientes tuvieron una recaída en dolor (de al menos 24h y con una intensidad de más de 2/10). Este porcentaje ascendió a un 47.1 (41/87) en el grupo placebo.
¿Se consiguió mediante las sesiones educativas modificar en mayor medida los pensamientos y creencias acerca del dolor?
El análisis de los datos muestra que aquellos que recibieron estas sesiones mostraron mejor actitud y mayor tranquilidad (menor asociación de dolor con problema serio y menor necesidad de una valoración en mayor profundidad). También se encontró una mayor reducción en los valores de catastrofismo y en creencias negativas en los pacientes que recibieron las sesiones educativas.
Además de esto, cabe destacar que no se encontraron diferencias entre grupos en la reducción de síntomas depresivos, en la incidencia de dolor crónico y en el cambio global percibido. De notable importancia también la falta de efectos adversos en ambos grupos.
Después de analizar los resultados los autores concluyen que “la educación intensiva no fue más efectiva que una intervención placebo” y que “es probable que no sea necesario, para la mayoría de los pacientes con dolor lumbar agudo, añadir a los consejos realizados en atención primaria tratamientos complejos y de larga duración”.
Estas conclusiones no me cuadran…Es cierto que la inclusión de sesiones educativas parece que no reduce la intensidad del dolor, pero las personas que las recibieron mostraron creencias y pensamientos más positivos y un menor grado de inhabilitación. Esto, tal y como se muestra en el estudio, les permitía estar más tranquilos, visitar menos al médico y realizar un mayor número de actividades. Si a esto le sumamos que la recurrencia del dolor fue casi el doble en el grupo placebo…¿De verdad no es recomendable este tipo de intervenciones educativas en personas con dolor agudo?
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